Wisps.

Estoy sentada en un claro. Debajo de un árbol. Al lado de una laguna de aguas cristalinas y nenúfares rosados. Una rana salta y salpica. Yo río. Llevo puesto un vestido azul. Con vuelo. Me miro los pies. Estoy descalza. Muevo los dedos de los pies. Empieza a anochecer. Pero yo no me muevo. Unas luciérnagas empiezan a volar sobre la laguna. Estoy embelesada mirándolas. Pasan las horas. No me doy cuenta. Las luciérnagas iluminan los alrededores de la laguna. Oigo unas campanadas. Las campanadas de media noche. No sé de donde vienen. Y entonces se escucha una melodía. Veo un sendero iluminado. Y unos pequeños seres revolotean a mi alrededor. Pasan unos minutos hasta que uno de ellos se me acerca. Me mira y revuelve mi pelo revoloteando entre él. Poco a poco se van acercando más. Y uno de ellos se me acerca a la cara. Hadas. Empiezan a cantar una melodía. Me levanto con la mirada perdida. Ellas siguen revoloteando a mi alrededor. Camino hacia la laguna. Meto los pies. Está fría. Pero no salgo. Las luciérnagas se apartan a mi paso. Me he metido hasta las rodillas. El vestido se empieza a mojar. Sigo avanzando. Los pies se hunden en el lodo. El vestido empieza a flotar. La melodía no ha cesado de sonar. Me acompaña. Sigo adentrándome en la laguna. Parecía menos profunda. Hasta que ya no hago pie. Aún así, no nado. El vestido tira de mi hacia abajo. No puedo respirar. Ya no oigo nada. Entonces lo comprendo todo. Pero para entonces ya es demasiado tarde. Suelo el aire que me queda, que se escapa en una burbuja. Y no veo nada.